La utopía de la playa

El verano acostumbra a ser una época tranquila. Brilla el sol, se secan las macetas y las chicharras cantan alegres mientras todo el mundo saca el alma por los poros. Cuantísimo sudor he derramado este año.

Trabajar en Agosto, sobre todo en las semanas centrales, es una experiencia curiosa. Puedes dedicarle tiempo a sacar todos los marrones que se han ido acumulando durante meses y meses (y te miraban acusadores desde cualquier rincón, pacientes o a punto de estallar como una bomba de proximidad con detector de inoportunidad) y a los que no has podido prestar atención. Algunos de los que he desenterrado esta semana se habían momificado ya (podríamos llamarlos “Marrón Gran Reserva”), y hay un par que aún me hacen dudar, porque no sé si sería mejor barrerlos de nuevo bajo la alfombra o sacarlos a la luz para que que todo el mundo pueda mirarlos fascinado.

– ¡Mira, si tiene los ojitos de su madre!

La ciudad, además, se convierte en un escenario apocalíptico; no creí que vería el colmado del barrio cerrado antes de que vinieran los zombies, pero creo que el Ramadán ha precipitado esa visión. Las calles huelen a asfalto caliente y a tubo de escape, a hierba reseca y, de vez en cuando, a humedad, a sal, a aceite de coco.

Vivir en una población costera es lo que tiene; sabes que la playa está ahí, a 15 minutos en metro, algo más si te dejas caer rodando desde la montaña, pero cuando te quieres dar cuenta te fijas en que no la has pisado durante el día ni una sola vez este año. Tal vez por eso sigue pareciéndome atractiva la idea de dedicar unos días de vacaciones al más improductivo turismo playero; porque mi piel echa de menos bañarse de luz y yo dormitear mientras me tuesto, y está visto que por muchos propósitos de compaginación playa-trabajo que haga las tardes de verano terminan poblándose de gente, de experiencias y de sitios interesantes, de panzones de reir en las terrazas, de charlas trascendentes, de mimos y de siestas con gatetes que tampoco cambiaría por nada. La playa siempre estará ahí, a 15 minutos en metro. Cuando llegue diciembre no me perdonaré no haber ido.

Con lo que te gusta y lo barato que sale.

Ya, ¿y a qué te apetecía renunciar en ese momento?

Y durante el verano sucede en otros ámbitos de la vida lo que en el trabajo; te dedicas a prestar atención a cosas que normalmente pasan desapercibidas, y toca decidir qué hacer con ellas. Desenredas, tiras, remozas y te maravillas. La vida y la gente nunca dejan de sorprenderte. Hay quien lo hace para demostrar que es mucho más de lo que podías haber imaginado en el más optimista de los escenarios, y hay quien te sorprende para decepcionarte de nuevo, o por primera, o por última vez. Hay quien consigue ambas cosas simultaniamente, y eso sí es un caso digno de estudio. A veces uno se sorprende a sí mismo, para bien o para mal. Y eso trae un montón de trabajo.

Ya han pasado las lluvias de estrellas (y cayeron detrás de nubarrones de tormenta mientras mirábamos por la ventana, en el remanso de paz que puede llegar a ser el sofá del comedor) y, viendo como está el cielo encapotado, me tienta empezar a pensar que casi se ha escapado el verano. Solo la luz que se filtra por la ventana cuando suena el despertador y que nos acompaña, a Imperator y a mí, mientras desayunamos y nos arrancamos las legañas a fuerza de café me recuerda que aún quedan días antes de que venga el frío, y dejar en casa a Imperator y a los gatetes, con un “vuélvete a la cama” y una lista de deseos para comer me hace sentir que tengo tiempo. Que al fin y al cabo siempre puedes tener la mayor parte de las cosas que te ofrece el verano (salvo, tal vez, los baños de sol, el mundial y un escenario de peli de serie B) y, lo mejor de todo, en mi casa un día de cada día puede ser fiesta mayor.

2 respuestas to “La utopía de la playa”

  1. Imperator Says:

    Ha sido precioso, cielo 🙂

  2. Fantine Says:

    Yo este año he tenido el peor agosto en lo laboral que recuerdo. Soy consciente de que todo está funcionando a medio gas, y que en relación a lo que me tendría que llegar apensa me llega trabajo, y aún así no doy abasto y tras 3 semanas en la ofi mi bandeja de entrada continúa con una media de 130 correos sin leer al final del día. Así que … ¡no quiero ni pensar como será septiembre! Menos mal que la perspectiva del viaje a Roma lo hace mas llevadero.

    Y en cuanto a la playa … será por lo muchísimo que la echo de menos, pero este verano en Vigo cualquier plan que me ofreciesen era siempre la segunda opción, siendo la primera la playita 😀

    Por lo demás coincido con tu chico en que es precioso lo que has escrito, as usual por otra parte

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