Sabíamos que se moría, pero supongo que nadie esperaba que fuese tan rápido. De repente está enferma, de repente es grave, de repente empeora, de repente casi no está ahí y, de repente, ya se ha ido. Pienso en ella y la recuerdo; en las RAM, en las fiestas de fin de año (con esas divisiones, siempre complejas, de tareas), en las ocasiones en las que venía a Barcelona, hasta hace poco con relativa frecuencia. Las cenas en el Flamant, en la que era su casa por aquí, tomando algo en una terraza. Recuerdo su peculiar forma de hablar, el timbre de su voz, su risilla contenida y la que no contenía en absoluto. Su amor por los gatos. Su amor por su hija, tan a su manera. Ese pelo que siempre me dio envidia y las veces que lo peiné; maquillaje compartido, partidas de Set y Catán, un paseo por el Retiro. El joyero que me regaló y esas pequeñas aguamarinas.
Ver cómo alguien se va siendo relativamente joven, y dejando tantas cosas embastadas es doloroso; ver cómo se rompen los hilillos y contemplar las piezas que quedan que quedan sueltas es lo que duele de verdad. Los demás saldremos adelante, claro. Peor que mejor.
Soy de lagrimilla fácil, qué queréis. El otro día viendo un capítulo de House me convertí en un mar de lágrimas, y ahora no dejo de pensar en ello. «Siempre querremos un rato más». Cuán cierto es eso. Sin medidas ni medias tintas.
El caso es que esta es una despedida, y nadie puede remediarlo. Así, pues, que descanses, y márchate con un gran beso. Los que nos quedamos, o al menos yo, brindo por tí. E intentaré ser de utilidad y consuelo para los que dejas atrás. Procuraremos que la vida sea un paseo por la playa y un cesto de gatetes.
3 noviembre 2010 a las 21:11
Descanse en paz.
4 noviembre 2010 a las 00:43
Sí, siempre querremos un rato más, y es bueno que sea así.
Descanse en paz.
Un abrazo.